
Este film supera todas las expectativas, para lo bueno y lo malo, del espectador medio. Todd Philips acepta, al parecer, a regañadientes, la realización de una secuela, que no es tanto tal, sino más bien, un trabajo derivado del anterior, tras el enorme éxito crítico-comercial, que se revela rupturista y valiente, a la par que desconcertante (o no) y experimental. Sorprende que una propuesta cómo ésta venga del cine mainstream. Drama judicial y penitenciario, en clave musical (o no), nos sumergimos en la mente de Arthur Fleck, que acata las consecuencias de lo sucedido, en Arkham Asylum, mediante un proceso, en el que toman partido Harvey Dent , y se deja ver Harley Quinn, verdadero motor de romántico del Joker, icono mediático, con libro y película, tras los hechos acontecidos. Prisionero de su mente, las secuencias oníricas captando momentos y situaciones, están reflejadas en canciones ( Sinatra, Stevie Wonder, Bee Gees..). Si la primera entrega bebía del cine de Scorsese, el que nos ocupa, nos recuerda en ciertos momentos, a Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), o a All That Jazz (1979), e incluso, a La Naranja Mecánica (1971),. Se suman al elenco, un brutal Brendan Gleeson ( Braveheart, 28 dias después ) o una siempre solvente Catherine Keener ( Cómo ser John Malkovich, An American Crime ). Pero la incorporación de una ajustada y visceral Lady Gaga ( Ha nacido una estrella, American Horror Story ), síntoma y alegoría de lo que el público espera ( sin desvelar nada), ésto es, una fantasía que represente el caos y el desorden, que estalle en una revuelta anárquica, continuista de la obra fundacional. No es el caso, de ahí lo arriesgado ( y atinado) de la premisa. Joaquín Phoenix ( tan espectacular o más, que en En realidad nunca estuviste allí o Beau tiene miedo ) sigue siendo una víctima del sistema, alejado de esa figura mesiánica erigida a su alerededor. El desmoronamiento del personaje, provocando rechazo y traicionando ilusiones e idolatría, se revela como la patada metacinematográfica definitiva. No hay descendencia física, pero si espiritual, acallando a vocingleros encarnizados, que, desde hace un lustro, se quejan de que éste no es el auténtico Joker. El final, tan devastador cómo esclarecedor, tan deprimente cómo congruente, pone las piezas en su sitio, demostrando que el payaso podemos ser todos, pero que Fleck sólo hay uno, producto de una sociedad enferma, que se pudre por dentro, alzando y enterrando mitos, sin preocuparse por el ser humano.
Otra joya incomprendida, cómo Megalópolis, que una audiencia idiotizada por el consumismo urgente sin asimilación, ni entiende ni desea...
That,s Entertainment?¿?
Adrián Gómez Alonso
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